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El tiempo pasa

7/16/2018

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El tiempo nunca se detiene, avanzando a un ritmo más rápido o más lento, lo que depende, más allá de la medida estandarizada que los seres humanos le hemos impuesto para acotarlo, de las expectativas, las circunstancias y la percepción abstracta y muchas veces impulsiva de quienes esperamos que algo ocurra. En el tema del tiempo, es Cronos, el líder más joven de la primera generación de titanes, y descendiente divino de Gea (la tierra) y Urano (el cielo), quien tiene total injerencia.
Es así como el tiempo nos condujo irreductiblemente al cierre de un ciclo escolar más de El Caleidoscopio, conclusión que todos, y aquí creo que puedo asegurar que hay absoluta unanimidad, estábamos esperando, por que más allá del placer de aprender, también está el de descansar o dedicar nuestro limitado y perecedero tiempo a otras actividades.
Por un breve espacio temporal, se suspenderán las clases, cesarán las enseñanzas, quedarán olvidadas las tareas, el pizarrón estará limpio en su negrura y entrará en reposo provisional la irrestricta puntualidad para levantarse, ducharse, desayunar y salir (a veces corriendo) a cumplir con el compromiso y las obligaciones establecidas, dentro de un calendario y horario previamente establecidos.
A partir de la conclusión de un ciclo escolar más, el despertador se quedará mudo, los permisos para dormirse un poco más tarde se activarán, y la sensación de calma chicha, término náutico que define una completa quietud en el aire, se hará presente en muchos hogares, tanto de alumnos como de tutores, sin importar que cada uno continúe con las actividades extraescolares que más lo satisfagan.
En EL Caleidoscopio cada cierre de ciclo escolar se vive con una fiesta comunitaria en la que alumnos, padres, hermanos, parientes y tutores, participan gozosamente de la presentación de los trabajos realizados por los educandos, interpretaciones musicales, lecturas intensas, breves ponencias, charlas, risas y la degustación de los diferentes platillos que cada familia aporta amorosamente para el disfrute de los asistentes, y que se comparten en armonía.
La reunión de final de ciclo de El Caleidoscopio es intensa y amorosa, dando espacio respetuoso a la capacidad de cada alumno para compartir sus logros particulares, sin medidas absurdas, etiquetas ni comparaciones.
Cada logro cuenta y cada objetivo alcanzado es significativo e importante, por que la medida del avance no la imponen las calificaciones, las comparaciones ni los falsos egos. Todos somos importantes, todos somos equipo, todos somos comunidad.
Es cierto que hay trabajos más logrados y avances más notorios, pero en El Caleidoscopio se educa con respeto y amor por la individualidad, sin hacer a un lado a quien (aparentemente) avanzo a un ritmo menor que el resto.
Cada ciclo marca una etapa y cada escalón completado es un gran avance. Gracias a todos los miembros de la comunidad de El Caleidoscopio, los que con su amor, compromiso y dedicación hacen de este espacio formativo un mejor lugar para la educación, el aprendizaje, la curiosidad y el respeto. 
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Que es la creatividad y como desarrollarla

6/7/2018

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Es factible que quien esté empezando a leer este texto considere que entre otras virtudes, tenga la de ser una  persona creativa, y muy probablemente lo sea, sin importar a que actividad se dedique; y menciono esto último, porque muchas personas creen que la creatividad está únicamente relacionada con el quehacer artístico, lo cual no es cierto.
Para ampliar esta última idea, comparto con ustedes mi definición de creatividad. La creatividad, también llamada pensamiento original, inspiración, inventiva, imaginación constructiva o pensamiento divergente o libre, nos confiere la capacidad para generar nuevas ideas, desarrollar asociaciones originales entre ideas y conceptos ya conocidos y alcanzar nuevas conclusiones o desarrollar propuestas inéditas, resolver problemas y necesidades o generar soluciones originales y valiosas.
Como podrán ver, en esta definición nunca se menciona la palabra arte, porque la creatividad se hace presente en cualquier actividad humana (y en algunos casos animal), independientemente de la esfera en la que nos desenvolvamos.
Puedo afirmar, por experiencia propia, que todos tenemos la capacidad para ser creativos, aunque no siempre sea una tarea fácil.
La creatividad enfocada, la que persigue un objetivo y lo consigue, requiere disciplina, tesón, fortaleza, capacidad para aprender de los errores y la adquisición de un acervo informativo abundante y de calidad, que nos ayude a encontrar nuevos y mejores caminos.
Para ejemplificar el tesón, disciplina y trabajo que se requieren para crear algo nuevo, utilizare una historia bastante conocida.
Se dice que Hierón II, rey de Siracusa, le pidió a Arquímedes que averiguase si la corona que un orfebre le había fabricado contenía realmente la cantidad de oro puro entregada, o si el joyero le había escamoteado parte del mismo, mezclándolo con algún otro metal. Para hacerlo, sin embargo, le exigió no destruir ni dañar en forma alguna la bella pieza realizada.
Arquímedes se puso a trabajar arduamente en su estudio para encontrar la manera de determinar si la corona había sido fabricada con toda la cantidad de oro puro entregada al orfebre, empresa en la que utilizó todos sus conocimientos científicos y la información disponible, lo que a pesar de su encono y dedicación no conseguía.
Extenuado por las largas horas de esfuerzo intelectual, Arquímedes decidió darse un respiro yendo a relajarse en una tina romana, la que un sirviente había llenado de agua hasta el límite.
Al introducirse en la tina, Arquímedes observó como el agua se desbordaba, lo que disparó en su mente la solución. Salió de la tina sin vestirse y salió corriendo hasta su estudio para probar su idea, mientras gritaba ¡Eureka! (lo he descubierto).
Lo que Arquímedes había descubierto, gracias a la observación, la libre asociación de ideas, el enorme esfuerzo intelectual dedicado, su capacidad de análisis y la enorme cantidad y calidad de la información consultada, fue que el volumen de agua que se desplaza es igual al volumen del cuerpo sumergido, lo que le permitió en la práctica determinar si la corona del rey Hierón II estaba hecha de oro puro, al calcular su densidad a partir de una masa ya conocida.
Para comprobar su teoría, Arquímedes sumergió en una cuba de agua cuyo nivel estaba previamente marcado, la misma cantidad de oro puro que el Rey le había entregado al orfebre y después la corona, descubriendo que el orfebre le había robado a su rey un poco de oro.
Esta historia ejemplifica varias cosas interesantes. La primera es que para encontrar una idea original no basta con desearlo, hay que trabajar duramente para ello; la segunda, es que cuando hemos trabajado lo suficiente y proporcionado a nuestro cerebro la información necesaria, en cantidad y calidad, pero estamos embotados, debemos distraernos y permitir que sea el subconsciente el que establezca las asociaciones libres necesarias para encontrar una solución. De esta manera, cuando volvamos a trabajar o como en el caso de Arquímedes, de manera espontánea, seguramente tendremos más de un camino innovador para solucionar un problema, una necesidad o una idea.
En mi experiencia como Director Creativo Estratégico en diversas agencias de publicidad, y coordinador del trabajo de múltiples y disímbolos equipos de “pensadores”, encontré que prácticamente cualquier persona es capaz de desarrollar una excelente idea cuando se le da la información necesaria, se le guía y reta por el camino del pensamiento imaginativo, se le exige dedicación y se le ayuda a enfocarse en la búsqueda de una solución, negándole la posibilidad de abandonarse a lo común, lo fácil y lo conocido. En todos mis años de trabajo exclamé en cientos de ocasiones la palabra ¡Eureka!, ya fuera motivada por una idea propia o por la de alguna persona a la que había ayudado a encontrar su “yo creativo”.
No cabe duda que hay personas dotadas con una enorme capacidad imaginativa, de cuyas mentes brotan (aparentemente sin fin) un cúmulo de ideas sorprendentemente creativas. 
Sin embargo, todos podemos desarrollar nuestra creatividad poniéndonos objetivos claros, documentándonos y trabajando disciplinadamente, y sin caer en la tentación de abandonar el camino emprendido por cansancio, aburrimiento o decepción, hasta alcanzar la meta deseada.
Pablo Picasso, el extraordinario pintor español decía: “La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando”.
Mi padre me decía: “Si te dan papel pautado, escribe por el otro lado”, enseñanza de irreverente inconformidad que durante toda mi vida ha guiado mi trabajo profesional y mis intereses personales en busca de la excelencia.
Así es, sin importar nuestra actividad, todos podemos enriquecerla y mejorarla con la herramienta de la creatividad.
No dejemos de reconocer y maravillarnos con el enorme talento creativo de algunas personas que con su trabajo han enriquecido y mejorado el devenir de la humanidad, pero no nos dejemos apabullar por ellas, porque en cada uno de nosotros existe un creativo sin descubrir, al que hay que darle la oportunidad de ver la luz de la imaginación.

Por Manuel García Rodríguez

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Transformando el aprendizaje en acción

5/4/2018

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​No hay nada más placentero que poner manos a la masa, a la madera, a la piel y a los alimentos, entre otras múltiples cosas, para ver y sorprendernos como nuestra interacción amorosa y consciente los transforma, convirtiéndolos en obras que enriquecen nuestra experiencia y sentidos, facilitándonos la vida.
El conocimiento de los oficios y posteriormente su aprendizaje es uno de los elementos esenciales del modelo educativo Waldorf, a través de cuya actividad se busca conectar vivencialmente a los alumnos con las personas que transforman la materia y producen los objetos que utilizamos diariamente en nuestras vidas, para enseñarles más adelante a realizarlos con sus propias manos, sensibilidad y capacidad intelectual.
Descubrir a las personas que hacen el pan, los zapatos, cultivan el campo, tejen la lana, crían animales, crean muebles, cocinan, ordeñan vacas, hacen mermeladas y fabrican ladrillos, por mencionar solamente una ínfima cantidad de oficios, es un momento mágico para los pequeños, muchos de los que desconocían quiénes los producen, cómo lo hacen y de dónde provienen.
La vida moderna y sus comodidades nos distancia cada vez más del origen de lo que consumimos y los objetos que adquirimos, de tal manera (y por poner un ejemplo muy simple) que las vacas de ordeña se transforman en seres invisibles e intangibles, de las que únicamente conocemos el envase aséptico a través del que, y sin aparentemente conexión alguna con un ser vivo, surge la leche.
Una vez que los chicos han conocido los oficios e interactuado con los oficiantes, aprendiendo teóricamente los diferentes procesos de transformación de las materias primas, y en la medida en la que su madurez física y emocional lo permita, pasarán de la contemplación a la práctica, poniendo en juego los conocimientos recibidos, para convertirlos en parte de ellos mismos.
Materias del programa educativo como física, química, geometría, matemáticas, finanzas y biología, entre otras, adquieren otra dimensión, cuando pasan de ser meros conceptos de estudio teórico a elementos prácticos, que les ayudan a conseguir sus metas, consolidando y dando sentido a lo aprendido.
En un mundo en el que la inmediatez en el logro y adquisición de satisfactores se ha vuelto la norma imperante, desarrollar la paciencia, la tolerancia y la comprensión de los ciclos es parte esencial en la educación de las personas.
Cuando los individuos (niños, adolescentes o adultos) participan en los procesos de producción de cualquier producto, idealmente de principio a fin, el aprendizaje va mucho más allá de los pasos y de la técnica necesarios. Aprenden que para conseguir algo se requiere trabajo, conocimientos, dedicación y paciencia, valorando las cosas y a quienes las producen, enseñanzas que les acompañarán durante toda su vida.
Me gustaría cerrar este artículo con una frase de Rudolf Steiner que hace referencia a la importancia de llevar la teoría al quehacer: “Cuando un niño relaciona lo que aprende con sus propias experiencias, su interés vital se despierta, su memoria se activa, y lo aprendido se vuelve suyo.”


​Por Manuel García Rodríguez, con base en entrevistas realizadas a Fernanda Pimentel

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Educar con calidad y amor es responsabilidad de todos

4/2/2018

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Fuente RSS

No cabe duda que entre otras cosas, los procesos educativos están en crisis, lo que se manifiesta cruelmente con los altos índices de deserción escolar, el incremento juvenil en el consumo de estupefacientes, el vergonzoso primer lugar mundial de nuestro país en el número de embarazos adolescentes (solamente superados por el África Transahariana), el creciente conglomerado de NiNis (ni estudian ni trabajan) y el aburrimiento, la insatisfacción y los escuálidos logros alcanzados por alumnos, padres de familia y profesores, elementos esenciales de la sociedad en la que vivimos.
Esta crisis no es nueva, viene gestándose de tiempo atrás, como producto de una mala concepción de lo que representa educar y de la responsabilidad que cada uno de los actores debería asumir en ella, roles que están seriamente trastocados.
Alumnos con poco o nulo interés por aprender, atrapados en la pegajosa red de la aislante tecnología, profesores desmotivados y rebasados por cuotas y horarios excesivos y mal pagados, instituciones educativas sin vocación formativa y con un agresivo enfoque financiero, y padres de familia agotados por ingentes cargas laborales y absurdas exigencias económicas y sociales, son solamente algunos de los ingredientes que han desgastado la formación de los niños y la creación de una sociedad insatisfecha, orientada al consumo, a la soledad acompañada, la ostentación, el desperdicio y el daño ambiental desmedidos.
En este contexto, es frecuente escuchar a los padres de familia y a los chicos quejarse de las escuelas y de los profesores, y a estos últimos, expresar su descontento por la falta de involucramiento de los padres, como si la educación fuera responsabilidad exclusiva de una u otra de las partes y no un equilibrio participativo con un proyecto y metas comunes.
Sin embargo, y más allá de los sentimientos y las insatisfacciones esgrimidas, es indispensable detener esta confrontación inútil y desgastante, abocándonos con energía y decisión inmarcesible a la construcción de un amplio y sólido pacto social que reintegre a la educación, tanto escolar como familiar, los valores esenciales más elevados, como son el amor, el respeto, la paciencia, empatía y resiliencia, la moderación, los espacios de calidad compartidos, la sana y respetuosa ambición y el establecimiento de límites y responsabilidades claras y consecuencias razonadas.
Tenemos que entender y aceptar que educar no es responsabilidad única del estado, escuela, profesores o padres de familia, sino un esfuerzo comunitario que debemos asumir gustosamente para alcanzar, en el menor tiempo posible, una identidad social más plena, alegre, amorosa y satisfecha, en la que no quepa la violencia, la ignorancia y el miedo.
Concluyo este artículo, con unas palabras de Humberto Maturana, biólogo y filósofo chileno, sobre el amor y la educación.
“Amar educa. Si creamos un espacio que acoge, que escucha, en el cual decimos la verdad y contestamos las preguntas y nos damos tiempo para estar allí con el niño o niña, ese niño se transformará en una persona reflexiva, seria, responsable que va a escoger desde sí. El poder escoger lo que se hace, el poder escoger si uno quiere lo que escogió o no, ¿quiero hacer lo que digo que quiero hacer?, ¿me gusta estar donde estoy?”, son algunas de las preguntas que aparecen. Para que el amar eduque hay que amar y tener ternura. El amar es dejar aparecer. Darle espacio al otro para que tengan presencia nuestros niños, amigos y nuestros mayores”.

​Por Manuel García Rodríguez, con base en entrevistas realizadas a Fernanda Pimentel 
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Un viaje en el tiempo

3/6/2018

 
Crónica de un periplo didáctico de El Caleidoscopio
Hacer un viaje a un lugar desconocido es siempre una promesa de aventura, descubrimientos, aprendizaje y emociones.
Si además de ello, resulta que la expedición te traslada mágicamente y después de solamente siete horas de carretera desde Valle de Bravo a millones de años atrás, cuando la zona por descubrir se encontraba cubierta por las aguas saladas de un mar somero, y que en algún momento del devenir de nuestro planeta Tierra se “esfumó”, dejando tras de si innumerables muestras fósiles de la vida marina y posteriormente terrestre que albergaba, es simplemente fantástico.
Un grupo de cinco alumnos exploradores pertenecientes a El Caleidoscopio, liderados por Fernanda Pimentel y acompañados por Manu Garrod, retrocedimos en el tiempo viajando a San Juan Raya, una pequeña población de poco más de dos mil habitantes, enclavada en la Reserva de la Biósfera Tehuacán-Cuicatlán en el estado de Puebla.
El viaje por carretera nos mostró la diversidad de vida vegetal que cambiaba paulatinamente, pero podríamos decir que no tuvimos ninguna gran sorpresa, hasta el momento en el que dejamos la carretera pavimentada para adentrarnos por un camino de terracería que nos llevaría a nuestro destino final.
Estos últimos kilómetros nos permitieron descubrir un paisaje semidesértico plenamente poblado de orgullosos y erguidos cactus, enormes biznagas y múltiples muestras de plantas “suculentas”, las que ocasionalmente eran sobrevoladas por majestuosas águilas y pequeños halcones y la inesperada aparición de un zorro que cruzó elegantemente frente a nuestro transporte.
De esta manera, los alumnos de El Caleidoscopio ratificaron su interés por vivir de primera mano y cara a cara lo que venían estudiando en las clases de botánica, zoología, geografía y astronomía.
Después de plantar las tiendas de campaña y cenar, compartimos el calor de una fogata, mientras nos maravillábamos con la observación de una enorme cantidad de estrellas, como no es posible ver en los centros urbanos, en los que además de la sempiterna luz artificial, muchos de sus habitantes están atrapados por la T.V., el internet, la telefonía celular o el tráfico vehicular.
El día siguiente de este viaje pedagógico lo iniciamos a las 5 de la mañana con una caminata, cuya oscuridad y silencio eran rasgados únicamente por la luz de nuestras linternas y la voz de Félix, nuestro guía local en esta expedición, quien nos condujo en total aislamiento hasta las faldas de un cerro conocido como “El Campanario”, donde esperamos el amanecer y calentamos nuestro almuerzo, consistente en unas deliciosas quesadillas con flor de cacaya, una planta de la región, que nos había preparado Doña Virginia, nuestra líder culinaria en este periplo.
Llegar al pie de El Campanario nos llevó aproximadamente dos horas y media, trayecto que desandamos en casi tres horas más por otra ruta, atravesando un bosque de cactus y suculentas, en el que los alumnos tuvieron la oportunidad de encontrar, admirar, disfrutar y dejar in situ, una gran cantidad de fósiles marinos, particularmente turritelas, bivalvos y trivalvos, ya que una de las reglas inamovibles era no llevarnos nada de lo que ahí encontráramos.
Regresamos a San Juan Raya desmañanados y cansados por una caminata de casi cinco horas, pero felices por haber descubierto tantas muestras de vida marina fósil y vegetal en el otrora océano de esa región.
Doña Virginia nos tenía preparados unos huevitos revueltos con flor de yuca, frijoles, tortillas hechas a mano, café para los adultos y chocolate para los niños.
Posteriormente, tomamos dos talleres; en el primero de ellos, dos artesanas nos enseñaron a tejer con palma unos grillos fantásticos y en el segundo, Félix (nuestro guía de la caminata) nos enseñó como realizar réplicas de fósiles encontrados en la región y que el resguarda celosamente en su taller.
Después de descansar, comer, y recuperar energías, Daniel, un joven guía del pueblo que durante la semana estudia la preparatoria en una locación relativamente cercana, nos hizo el favor de conducirnos al Parque de las Turritelas, al que entramos cruzando un bamboleante puente colgante.
Es importante comentarles que en este parque, absolutamente limpio, es más difícil encontrar una piedra que un fósil marino, ya que está plagado de ellos. En el lecho de un río seco tuvimos la fortuna de ver las huellas dejadas por unos Apatosaurios, y la emoción de conocer y abrazar árboles “pata de elefante” centenarios y en algunos casos milenarios.
Una vez concluida la visita, Daniel nos llevó a conocer el Museo Paleontológico de San Juan Raya, en donde encontramos múltiples muestras de la vida animal marina y terrestre de la región, un ejemplo de las costumbres funerarias de los antiguos habitantes y diversos utensilios tradicionales de uso cotidiano.
Regresamos a nuestro campamento bastante cansados y deseosos de cenar, prender la fogata e irnos a dormir, ya que a la mañana siguiente desmontaríamos el campamento, para iniciar el regreso a Valle de Bravo.
Puedo asegurarles que ninguno de los que viajamos por este túnel del tiempo hasta San Juan Raya regresamos siendo las mismas personas.
El aprendizaje, la corroboración vivencial de lo previamente estudiado, el disfrute de la cocina tradicional, en la que nunca faltaron las flores de cacaya, yuca y sábila, las nieves de motocicleta de Don Chuy, el pan dulce de burro (llamado así por que se transportaba en es animal), los frijoles con epazote, el café de olla y el chocolate calentito, pero sobre todo la oportunidad de conocer y convivir con gente sencilla, cálida y educada, sin duda nos transformaron.
Gracias San Juan Raya.
Por Manuel García Rodríguez


Los ciclos y ritmos de la vida

2/8/2018

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El ritmo, en la filosofía y metodología educativa Waldorf, es fundamental para el desarrollo integral de los niños.
Desde la concepción, y más allá de estar o no conscientes de ello, todos los seres vivos nos desarrollamos bajo la influencia de diferentes ritmos: individuales, grupales, sociales y estacionales, los que determinan en gran medida nuestro comportamiento.
En este punto es importante destacar que los seres humanos no nacemos “terminados o maduros”, por decirlo de alguna manera, sino que progresivamente nos vamos “construyendo” y formando durante toda nuestra vida, de tal manera que cuando partimos, no somos de ninguna manera los que llegamos a ella.
Y para ello, basta decir que cuando nacemos tenemos un mayor número de huesos, los que progresivamente se van uniendo e integrando de forma tal, que al llegar a la etapa adulta, esa cantidad es menor.
Las diferencias existentes entre las diversas edades es algo de lo que no siempre estamos conscientes, y de ahí surge una pregunta: ¿Qué tan preparados estamos los adultos y en particular los maestros, terapeutas y médicos para comprender esta permanente transformación y actuar de acuerdo con ella, proveyendo comprensión, apoyo y una guía amorosa, inteligente y flexible?; siendo además influidos por las “visiones” de cada época.
Ahora bien, si los educadores aprendemos a entender y respetar los ritmos de desarrollo de los niños, sembraríamos la semilla para generar un cambio evolutivo en el proceso educativo.
No cabe duda que los seres humanos somos seres sociales, y necesitamos de otros para sobrevivir. Sin embargo, el que seamos entes colectivos, no quiere decir que seamos homogéneos, ni menos aún “globalizados”, como si todos pudiéramos “entrar” cómodamente en cualquier estándar.
En ese sentido, las personas, sobre todo las que viven en grandes centros urbanos, se han desconectado progresivamente de lo natural, rompiendo una conexión necesaria con el origen de la vida y los diferentes ámbitos de los que proceden, entre los que podemos mencionar, como ejemplo, sus alimentos.
Rudolf Steiner, creador de la filosofía educativa Waldorf, conceptualiza los ciclos de desarrollo de los seres humanos en “septenios”, los que se inician de los “0” a los “7” años, de los “7” a los “14” y así progresivamente hasta la conclusión de nuestras vidas.
Steiner menciona que alrededor de la mitad de cada septenio los seres humanos vivimos una etapa de crisis o catarsis, la que se resuelve generalmente con un avance evolutivo y de madurez.
El concepto de los “septenios” es sumamente importante, ya que determina nuestro grado de avance, sin que con ello pretenda, considerar que todos los seres humanos maduramos al mismo tiempo
, ya que el concepto de “septenio” no es rígido, sino flexible.
Entender los ciclos de vida y las etapas de madurez es fundamental en los procesos educativo, social y familiar, ya que los seres humanos avanzamos a diferentes ritmos, lo que debería idealmente ser respetado por los adultos, y en el caso particular de los educadores, evitando “forzar” a sus pupilos a tratar de alcanzar metas para las que no están realmente preparados, provocándoles enojo, tristeza y frustración.
Me gustaría terminar este texto citando la siguiente frase de Rudolf Steiner: “Nadie puede dar a luz a un Yo superior sano, si no vive y piensa sanamente en el mundo físico. La base de todo verdadero desarrollo espiritual es una vida en armonía con las leyes de la naturaleza y la razón”.

​Por Manuel García Rodríguez, con base en entrevistas realizadas a Fernanda Pimentel
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